En la Era Digital la manera de aprender ha cambiado y, por
ende, la forma de enseñar debe adaptarse. Lo que significa que tanto la figura
del docente como las metodologías de enseñanza han de adecuarse a la manera de
concebir el conocimiento que se acaba de exponer. El profesorado es testigo
directo de los cambios y las características propias de la actual generación de
jóvenes nativos interactivos que demandan una educación acorde a sus
necesidades.
Son muchos los docentes que, por iniciativa propia, han
decidido renovarse con el objetivo de seguir preparando al alumnado para el
mundo que les toca; sin embargo, son también muchas las reacciones contrarias
que han provocado que exista un rechazo ante estos cambios motivados por la
tecnologización de la vida y las escuelas.
Existe un cierto temor ante el uso de las TIC e Internet y
sus consecuencias. Además, los medios de comunicación no han contribuido a
proyectar las ventajas de la red, por lo que, de entrada, parece haberse
instalado una sensación de inseguridad que ha repercutido en el ámbito
educativo formal. En palabras de John Hartley, pionero de los estudios
culturales en Inglaterra:
Los denominadores más comunes que se atribuyen al nuevo rol
del docente de la era 2.0 son: organizador, guía, generador, acompañante,
coacher, gestor del aprendizaje, orientador, facilitador, tutor, dinamizador o
asesor. Estos nuevos roles se asientan en la idea de cambiar la transmisión
unidireccional del conocimiento por el intercambio horizontal de información,
abundante, caótico y desestructurado. Hoy ya el modelo educativo centrado en el
profesor como transmisor de conocimientos estandarizados a una masa de
estudiantes (un modelo análogo al de los medios de comunicación de masas ) deja
de tener sentido (Tapscott, 2009).
Los docentes se enfrentan al reto de
adquirir unas competencias que les formen para poder ayudar al alumnado a
desarrollar las competencias que necesitan: conocimientos, habilidades y
actitudes precisas para alcanzar los objetivos que se exigen desde el propio
currículo formal (competencia digital y aprender a aprender, entre otras) para
lograr adaptarse a las exigencias del mercado laboral, y aún más importante si
cabe, para poder descubrir sus verdaderas motivaciones, intereses e
inquietudes.
En ningún caso el docente debe convertirse en un controlador
o policía de lo que hacen sus estudiantes en el aula. Su función es coordinar y
facilitar el aprendizaje y la mejora de la calidad de vida del alumnado. Si
bien es cierto que el aprendizaje debe ser experiencia y activo por parte de
este, en todo momento es preciso el complemento de un docente que le acompañe
en su proceso de aprendizaje.
El conocimiento está en la red y es abundante,
pero precisamente esto es lo que hace necesario un buen número de tareas que
debe cumplir todo docente: detectar lo realmente importante, guiar los procesos
de búsqueda, analizar la información encontrada, seleccionar la que realmente
se necesita, interpretar los datos, sintetizar el contenido y difundirlo son
algunas de las tantas tareas que el profesor debe guiar.
Por otro lado, es cierto que la generación de jóvenes
nativos interactivos maneja con soltura la tecnología, pero en ningún momento
ello indica que estos hagan un uso correcto, útil y beneficioso para su
desarrollo y aprendizaje personal; y es aquí donde el docente del siglo xxi
debe incidir. «La tarea de cualquier formador es crear y fomentar una ecología
de aprendizaje que permita que los aprendices mejoren con rapidez y eficacia
con respecto al aprendizaje que ya tienen» (Siemens, 2010: IX).
En su propuesta de Pedagogía de la Coasoaciación , Marc
Prensky propone tres roles que considera que debe adquirir el profesorado en la
era de la educación digital: el rol de entrenador, el rol de guía y el rol de
experto en instrucción. El primero de los roles, entrenador , hace alusión a la
acción cargada de retroalimentación y motivación en la que, inevitablemente,
como si de un entrenador de tenis se tratase, se necesita la participación
activa por parte del alumnado. El autor argumenta que un entrenador apenas tiene
que ofrecer exposición teórica, sino más bien tiene que observar y acercarse a
los alumnos de una forma individual y personal, con la finalidad última de
ayudar a cada uno a encontrar y perseguir su propia pasión.
El rol de guía , más que motivar, tiene que adquirir el
papel de ayudante del alumno ya motivado: «[…] ser un guía, en mayor medida,
requiere que los alumnos acepten que necesitan uno […]» (Prensky, 2011:82).
Como es lógico, el rol del guía será más fácil si ambos se conocen y el docente
entiende las pasiones del alumnado, lo que ayudará a este a conocer en qué
sentido hay que guiar a cada alumno. En tercer lugar, el rol de experto en
instrucción consiste en que el docente aporte todo el conocimiento, imaginación
y creatividad posible para hacer el proceso de aprendizaje del alumno efectivo
y atractivo. Para lograrlo el experto debe convertirse en un auténtico
diseñador de originales experiencias de aprendizaje y, a su vez, debe practicar
el arte de realizar preguntas adecuadas que inciten a que los alumnos
reflexionen y reconsideren un punto de vista.
Por su parte, Harrison y Killion (2007) hacen referencia a
10 maneras a través de las cuales el profesorado puede contribuir al éxito de
sus escuelas:
1. Proveedor de recursos;
2. Especialista de instrucción;
3. Especialista curricular;
4. Apoyo en el aula;
5. Facilitador de aprendizaje;
6. Mentor;
7. Líder;
8. Entrenador de datos;
9. Catalizador del cambio; y
10. Aprendiz.
Sin duda, los autores muestran el rol de aprendiz como el
más importante. Los docentes deben de ser un ejemplo a seguir, un ejemplo de
mejora continua y de aprendizaje permanente.